Tengo que reconocerlo, con el municipio coruñés de Malpica de Bergantiños no hay término medio: o te enamora o te espanta. A mí, desde luego, me enamora y no puedo entender a aquellos que no les gusta. Por eso y después de tantas conversaciones al respecto, creo que la única opción es que cada uno venga a visitarlo y opine por sí mismo. Para gustos los colores.
Pero a mí me encanta.
Y no es por sus edificios: poco queda del pueblito original y Malpica dista mucho de ser uno de esos «pueblos escenario» en los que puedes tomar fotografías en cada esquina. Como en tantas otras zonas de Galicia, la especulación inmobiliaria a partir de los años setenta y un sentido del gusto ecléctico (por llamarlo de algún modo) han hecho de Malpica otro ejemplo del «feísmo» gallego.
Pero lo que pasa es que Malpica, aunque yo no diría que es bonito, tiene algo auténtico. A pesar de recibir un buen número de visitantes en verano, es un pueblo que sigue viviendo del mar, de la pesca, es un lugar que no pretende aparentar nada pero que, cuando miras lo que realmente te da, siempre te sorprende.
El pueblo se sitúa en una península y está claramente dividido en dos por la calle principal: a un lado, la playa y, al otro, el puerto. Aquí comienza la Costa da Morte y el mar que lo rodea es bravo, de hecho dicen que en algunos temporales el agua pasa de un lado al otro por las calles del pueblo.
La playa de Areia Maior es un tesoro de arena blanca y fina en pleno casco histórico. Al estar justo en el pueblo, puede estar bastante concurrida, sobre todo en agosto (si lo que buscas son playas desiertas hay mucho donde elegir en los alrededores). Como toda la costa en esta zona, puede tener bastante oleaje y de hecho esta misma playa es un referente internacional para la práctica de surf.
Además de hacer castillos de arena, buscar pececitos entre las rocas o darte un chapuzón, te recomiendo que camines por el paseo marítimo. Primero llegarás hasta la playa de Canido, muy pequeñita y algo más tranquila, y luego a Seaia, una playa virgen a unos dos kilómetros de distancia. El camino tiene unas vistas espectaculares del mar y de las islas Sisargas y si llegar a Seaia te sabe a poco, puedes continuar hasta la Ermita de San Hadrián (en total, unos 3 kilómetros y medio desde el pueblo).
Y a la vuelta te recomiendo hacer una parada en una de las terrazas que salpican el paseo. Para mí es una delicia tomar una cervecita artesana o un Godello viendo el atardecer, con las islas al fondo, y una vez cae la noche, ver el haz de luz del faro de las Sisargas bailando de un lado a otro. No deja de impresionarme pensar que ese faro se construyó en 1915 y que hasta hace no mucho los fareros vivían allí con sus familias en turnos de dos semanas o más, ya que muchas veces se quedaban atrapados por los temporales.
Al otro lado del pueblo, está el puerto. Y el puerto de Malpica de Bergantiños es un lugar mágico, como todos los puertos, supongo. El ir y venir de los barcos, la dársena en la reparan las embarcaciones, las nasas apiladas, el chillido de las gaviotas. Me encanta ver a los hombres (siempre son hombres) subidos a una escalera, pintando a brocha un barco. Y lo mejor es que en 2009 remodelaron el puerto y a mí me parece una obra fantástica, con lugares para sentarte, amplios espacios para que corran los críos y nuevos ángulos desde los que observar la costa.
Y además del puerto, la lonja. No sé cuánto durará como es ahora, seguramente tiene los días contados, pero aquí, por increíble que parezca, en pleno siglo XXI, la subasta del pescado todavía se hace a viva voz. Hacen la subasta a las 5 de la tarde y merece la pena acercarse, intentar entender algo de lo que está pasando, comprar el pescado más fresco con el que puedas soñar (tienes que comprarlo fuera) y hacer una barbacoa que hará que se te salten las lágrimas.
A la salida del puerto, se encuentra la Casa do Pescador. En el bajo hay un restaurante en el que puedes pedir que te dejen subir al primer piso. Allí se encuentran algunos cuadros de Urbano Lugrís, un pintor que te recomiendo descubrir si es que no lo conoces aún.
Y precisamente en esta ballena de Lugrís se basa la escultura que hay en el puerto. Como siempre ocurre con las leyendas, no sé cuánta verdad hay, pero a mí me ha pasado así que lo creo a pies juntillas. Dice un amigo mío que si acaricias la cabeza de la ballena con la mano, primero hacia un lado y luego hacia el otro, en algún momento de tu vida volverás a Malpica. Bueno, ahora no me acuerdo si era la cabeza o los dientes lo que había que acariciar (yo siempre lo hago en los dos, por si acaso).
Cómo llegar: Si estás alojado en el camping Sisargas, Malpica está a sólo dos kilómetros y medio. En coche, toma la carretera principal y tardarás unos cinco minutos. Normalmente en el puerto hay sitio para aparcar. Si quieres ir andando o en bici, hay una ruta que va por la costa, alejada de la carretera, se tarda una media hora andando. Pero, aviso a navegantes, la llegada a Malpica es una cuesta corta (no llegará a 100 metros) pero bastante pronunciada, que se baja muy a gusto pero que a la vuelta hay que subir. Puedes descargarte la ruta en wikiloc o verla en el tablón de información turística del camping. Además, hay un autobús que para a 100 metros de la entrada del camping. Pasa cuatro o cinco veces al día, puedes consultar los horarios en el tablón de información turística o en la web de Autocares Vázquez.
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